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ESTUDIOS. filosofía-historia-letras
  Invierno 1988 
PAUL VIRILIO, ESTÉTICA DE LA DESAPARICIÓN
Paul Virilio, Estética de la desaparición, Anagrama, Madrid, 1988, 128 pp. ISBN 84-334-0092-7.
Nada más vasto que las cosas vacías.
BACON
Con el nombre de picnolepsia, que significa ausencia frecuente, 
se designa el fenómeno común a la infancia de falta de conciencia de lo 
que ocurre ante los Ojos, síntoma de que el niñojuega distante en un 
mundo privado a la mirada de los adultos. Estas distracciones 
permanentes del mundo común e inmediato disminuyen con el descubrimiento
 del propio cuerpo del adolescente y la adopción de "malos hábitos", 
coincidente con el deseo exacerbado de mediatizar su experiencia con 
medios técnicos (aparatos de audio, moto, etc.).
Dice Virilio que poco se conoce a ciencia cierta de las crisis 
picnolépticas debido a que su diagnóstico ha permitido la adscripción 
sin más a la epilepsia (cuyo advenimiento se anunciaría con un éxtasis 
semejante-"sublime"según Dostoievski) lo cual es inapropiado, porque en 
verdad cabe la pregunta ¿acaso quién no padece de picnolepsia?
El tiempo de nuestra existencia transcurre en instantes que fluyen linealmente sin interrupción, pero el petit mal
 produce cortes en la conciencia de esta continuidad de la que el sujeto
 queda sustraído. Al picnoléptico, "sin que lo sospeche, se le escapa en
 cada crisis una pequeña parte de su duración".
Cuenta el mago Méliès que una tarde en la que tomaba 
vistas de París el bloqueo de la cámara provocó una momentánea 
interrupción, pasada la cual continuó la filmación, Luego, al proyectar 
la película se presenciaba un espectáculo de transfiguración de los 
objetos: por el lugar donde circulaba un autobús ahora súbitamente lo 
hacía un coche fúnebre; y poco después realizaba las primeras 
metamorfosis deliberadas de hombres en mujeres. A lo que apunta Virilio:
 "Los azares tecnológicos habían recreado las circunstancias 
desincronizantes de la crisis picnoléptica".
Aquellas transformaciones, apariciones, desapariciones 
prefiguraban infinitos prodigios, cada vez más extraordinarios por obra 
de los efectos especiales, cada vez menos increíbles por gracia del efecto de realidad,
 cada vez más familiares por nuestro gusto de zambullirnos en un 
universo vertiginioso. Al respecto dice Virilio que ciertos estudios 
basados en la observación de dibujos animados que sufren 
transformaciones, muestran "hasta qué punto estamos ávidos de percibir 
formas maleables, de introducir una perpetua anamorfosis en la 
metamorfosis cinemática".
Con la irrupción del motor, tanto animador de imágenes como 
productor de aceleración en los desplazamientos, la experiencia sufrirá 
una modificación sustancial, pues la velocidad trata a la visión como 
materia prima. En virtud de la aceleración la sensación del via e 
adquiere un enorme parecido con la del espectáculo cinematográfico: "Las
 inmensas colas de espectadores que se mecían los sábados y domingos 
frente a las taquillas de cine, cierran filas ahora y con la misma 
frecuencia en los puestos de peaje de las autopistas. Simplemente, lo 
que antes empujaba a las masas a ocupar los sillones de las salas de 
cine, los empuja ahora hacia el asiento del coche".
Esta ilusión locomotriz que se convierte en nueva verdad de la 
vista motivaría el comentario fascinado de un viajero medio siglo antes 
de que comenzara el hechizo de las maravillas del cine: "El ferrocarril 
es la verdadera linterna mágica de la naturaleza." Pero la celeridad del
 viaje mecanizado no siempre es fruición complacida: "El tren es al 
viaje lo que el burdel al amor." Este resabio, amargo en labios de 
Tolstoi, parece degustado por Braudrillard con la morbidez posmoderna que le es característica, "circular es una forma espectacular de amnesia",
 dirá comentando de paso el libro que hoy reseñamos.
Mientras que el propio Virilio encuentra que los medios 
tecnológicos "reproducen agravados los efectos de la picnolepsia, porque
 provocan la sustracción del sujeto, repetida a perpetuidad, de su 
contexto espacial y temporal".
Tántalo destanteado ante el mundo que muda inasible: se escurre 
bajo nuestras plantas, se esfuma ante nuestros Ojos. Con la 
precipitación de información instantánea e infinita en la pantalla del 
ordenador una vez más nos hallamos sentados ante el espejismo de una 
ilusión cinemática; desmenuzada la realidad se nos revuelve, como tras 
el vaso de una licuadora. No conformados por nuestra experiencia 
sensible y total, los datos resbalan informes, lejanos, extraños, 
deformantes: ausencia que no conforma: "apatía... que hace que cuanto 
más informado esté el hombre, tanto más se extiende a su alrededor el 
desierto del mundo."
Esta cultura prepotente nos repliega, nos manda a la concha, 
impotentes, en un letargo "que no es tan sólo una siesta de la 
conciencia, sino un declive de la existencia".
La aniquilación del tiempo y del espacio por las altas 
velocidades desvasta, despoja todo sentido. La desmesura de "medida de 
todas las cosas" deviene némesis sobre nuestras espaldas en la huida solitaria, mediados, medidos e intimidados desmedida e 
inmisericordemente por una medianía de medios que no tiene fin.
Terminamos la lectura de este trabajo con gran sorpresa. Y con la
 impresión, también, de que la gente de Anagrama debe hallarse 
fuertemente conmovida por la estética de la desaparición. Porque,
 llegando a la palabra final del texto (confiemos en que haya sido la 
última que quiso poner su autor) el libro desaparece ante nuestros ojos,
 sin epílogo, sin índice, sin páginas falsas, sin siquiera colofón del 
que asirse... Sin indicios que amortigüen el vértigo final uno se 
precipita brutalmente contra el abismo superficial de la contratapa. 
Desierta.
ALBERTO SAURET
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